Desde hace unos seis meses estás teniendo un volumen de trabajo importante. De momento, es soportable, pero poco a poco vas notando el desgaste, el cansancio y que las ideas no son tan creativas como hace tres meses; sientes que tu concentración ya no es la que era. Decides continuar, pero a ese pico se suma un proyecto más. Literalmente estás desbordado, pero piensas que forma parte del trabajo y que pronto pasará. No obstante, la sintomatología comienza a aumentar: tienes insomnio, no eres capaz de desconectar, sientes que tienes que echar horas extra para llegar a tiempo y ya ni las actividades que te solían distraer y relajar, cumplen con su función. Tienes estrés, y no debes tomártelo a broma.
En los últimos años, la palabra “estrés” se ha devaluado mucho, tenemos la costumbre de usarla para varios estadios de nuestra vida, algunos de ellos banales, pero no es algo que debamos pasar por alto. Es cierto que existe cierto grado de estrés positivo, que actúa como ese combustible que nos mantiene motivados, pero existen ciertas líneas que no podemos cruzar, ya que traería consigo posibles problemas para nuestra salud.
Ahora bien, en la vida laboral invertimos mucho tiempo de nuestra vida y, cuando nos sumergimos en la vorágine de la rutina, puede que no nos demos cuenta de cómo ese estrés está escalando; a veces actúa con cierta invisibilidad porque no le damos la importancia que tiene. Tener este aspecto en cuenta es esencial tanto para empleados como para superiores, ya que nos afecta a todos por igual, y en su punto de no retorno puede resultar perjudicial para la salud de nuestra organización. ¿Cómo podemos advertirlo y combatirlo?
Cómo identificar la escalada del estrés
- Pérdida en la calidad del trabajo. Tienes un equipo que siempre ha funcionado bien, pero, de un tiempo a esta parte, comienzas a notar que su trabajo ya no tiene la misma calidad que tenía: no hay ideas, no es eficiente, no es creativo y tarda más de lo normal. Activa las alarmas, necesitas escuchar y hablar con tu equipo porque, probablemente estén agotados o, al contrario, que las actividades sean tan monótonas que ya no tengan motivación.
- Respuestas exacerbadas. Estamos en una reunión y, al plantear una duda o una corrección, la persona afectada actúa a la defensiva y con palabras tajantes que dejan un poso de malestar tanto en ti como en el resto del equipo. Es el momento de actuar, de establecer un espacio individual con esa persona con el fin de entender su reacción. Si lo detectamos a tiempo, muy probablemente podamos encontrar una solución que consiga satisfacer a la persona, rebajando la tensión.
- Comunicación inexistente. La persona que te solía preguntar dudas, que te daba feedback constante, que solía aportar ideas, de repente se calla. No te tomes el ausentismo de tu equipo como algo pasajero; a lo mejor se están callando asuntos que les frustran o se sienten molestos por determinadas situaciones. Una solución es hacer reuniones periódicas para conocer de primera mano el estado de tus empleados. Mostrar empatía y preocupación es un primer paso para rebajar el estrés.
A veces el estrés se prende como una mecha que no logramos identificar hasta que explota. Si la situación adquiere dimensiones muy complejas, la figura del mediador, como ojo externo, nos ayuda a construir un espacio seguro de diálogo, en el que las partes puedan exponer cómo se sienten y lo que necesitan para salvaguardar su bienestar y, en consecuencia, rebajar la tensión.