Llevamos ya un año conviviendo con la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 y los estragos que ha causado en la sociedad son evidentes. No obstante, existen otro tipo de daños más subterráneos, que nos pueden afectar emocionalmente casi sin darnos cuenta directa o indirectamente. La sensación de incertidumbre, de miedo a la enfermedad, de aislamiento constante  o, incluso, de aburrimiento, puede crear un clima de estrés, que acabe generando cuadros más complejos entre nosotros y nuestro entorno. La “fatiga pandémica” es una realidad que nos afecta como individuos y, especialmente, provoca situaciones difíciles de gestionar para las familias.

Mi pareja y yo trabajamos en casa, los niños pasan más tiempo en ella que antes, hago más horas trabajando que en la oficina porque no sé donde acaba mi tiempo de trabajo y no puedo desconectar. Además, tengo que asumir el cuidado de mis hijos y no encuentro ni un momento ni un espacio para estar en soledad. Este escenario, que seguramente te suene si no lo estás viviendo, es muy habitual. Una olla a presión que provoca frustraciones  o enfados que, además, muchas veces nos guardamos, provocando estallidos que pueden erosionar la relación familiar si no los encaramos a tiempo.

Cuando la “fatiga pandémica” se transforma en “fatiga familiar”

Estamos viviendo una realidad en la que los espacios de trabajo, vida familiar y ocio se han comprimido en unos pocos metros cuadrados. Y, aunque comenzamos a ver la luz al final del túnel, las horas que pasamos en familia siguen siendo muchas. El día a día se ha convertido, para muchas familias, en un rompecabezas en el que además de lidiar con temas de organización, hay que lidiar con el carácter de cada uno de los miembros.

Tener a nuestra familia cerca es positivo; en ella encontramos un núcleo de confianza y seguridad  en el que podemos ser nosotros mismos. La familia puede apoyarnos y arroparnos en momentos difíciles. Pero al igual que ocurre con las amistades, a la familia también hay que cuidarla. Precisamente, al tener tanta confianza es normal que demos muchas cosas por hecho y ese es uno de los mayores errores que podemos cometer.

Algunos consejos para rebajar la tensión

Comunicación. No podemos esperar que los demás sepan lo que nos pasa si no nos comunicamos. Callarnos lo que sentimos  solo engrandece el problema, generando más estrés y frustración. No solo para nosotros, sino también para los otros, que no saben lo que nos está pasando.

Abrazar nuestras emociones. Seguramente durante este año habrás experimentado emociones muy cambiantes en un solo día. No te preocupes, es normal y no debes esconderlo. Es importante asumir los sentimientos negativos que puedan surgir para que no se alarguen en el tiempo. Negar esto nos puede conducir hacia situaciones más complejas en el futuro que pueden desembocar en ansiedad o depresión.

No aislarse. Es esencial encontrar momentos de oxigenación, también de la familia. Hacer deporte al aire libre, socializar con los amigos, tomar un café en tu cafetería favorita o ir al teatro. Dentro de esta “nueva normalidad” es importante recuperar hábitos de la antigua en la medida de lo posible.

Si estamos viviendo conflictos más complejos dentro del marco familiar y no sabemos cómo solucionarlos, siempre podemos recurrir a la figura del mediador. Como una persona externa nos ayudará a analizar la situación de forma objetiva y nos podrá dotar de herramientas que favorezcan la comprensión, el diálogo y la empatía.