La adolescencia es una época complicada en la vida de cualquier familia. A pesar de ser una etapa por la que todos hemos pasado, no hay dos adolescencias iguales. La incertidumbre es un estado constante en los padres por la inseguridad que genera esta fase en los hijos. Aparte, en el último año, esta inseguridad se ha potenciado por las consecuencias producidas por la pandemia mundial. Durante la crisis del COVID-19, se ha vivido una situación desconocida para todos que ha cambiado nuestras circunstancias de forma radical. Además, las familias han llegado a convivir juntas las 24 horas del día durante un período de tres meses, con las consecuencias que esto conlleva.
Por otro lado, los padres trabajadores han tenido que combinar el teletrabajo y el cuidado de los hijos. El desgaste emocional que esto produce, y la imposibilidad de “liberar esa tensión” al verse reducida la vida social, ha complicado la convivencia familiar. A esta circunstancia externa hay que sumarle los cambios físicos, hormonales y emocionales que se producen en los adolescentes. En muchas ocasiones ni ellos mismos saben analizar qué les pasa y cómo pueden expresarlo. Esta incapacidad para comunicarse les genera frustración, enfado y rebeldía. Por su parte, los padres tampoco suelen tener claro cómo abordar una situación conflictiva con un adolescente. Ante la imposibilidad de negociar, acaban recurriendo al tono autoritario para conseguir la última palabra, cosa que siempre es contraproducente.
El diálogo como estrategia para resolver los conflictos
Los adolescentes viven bajo mucha presión. Además de la transformación que experimenta su cuerpo, deben cumplir académicamente, ser aceptados por sus amigos y, lo más importante, aceptarse a sí mismos. Estos factores desencadenan que los hijos sean muy sensibles a la manera en la que sus padres se comunican con ellos. Están pasando por un momento de muchos cambios y, nosotros, como adultos, debemos tenerlo presente a la hora de establecer el diálogo. Por otro lado, también es una época de cambio para los padres. Estos deben aceptar que sus hijos son seres que piensan, deciden y actúan. Cada vez tienen menos poder a la hora de influir en sus decisiones de vida y eso genera incertidumbre. Del miedo de los padres a la independencia de sus hijos y la necesidad de estos de sentirse libres, viendo a sus progenitores un obstáculo para ello, nace el conflicto.
Teniendo en cuenta la situación tan compleja que estamos viviendo, es aconsejable contactar con un mediador si la comunicación familiar no es buena. Él os ayudará a fomentar el diálogo entre los miembros, ayudando a las partes a expresar lo que sienten. Si establecemos desde pequeños una dinámica basada en el diálogo, será más sencillo que durante la adolescencia nos comuniquemos en el entorno familiar. No obstante, si los enfrentamientos son ya algo común, te damos unas pautas:
- Escuchar sin juzgar. La situación por la que esté pasando nuestro hijo puede parecer una nimiedad a nuestros ojos, pero es todo un mundo para él. Debemos escucharle siendo empáticos y sin juzgarle. Cuanto más receptivos nos mostremos a comunicarnos con él, más confianza generaremos en nuestro hijo. Con el tiempo, esto supondrá una mayor apertura del adolescente a la hora de compartir sus problemas, dudas y miedos.
- Dejar espacio para el error. Equivocarse es necesario, ya que del error surge el aprendizaje.
- Establecer la conversación de manera equitativa. A la hora de acercarnos al adolescente, debemos tratarlo como un igual. Si nos dirigimos a él desde un punto de autoridad, es muy probable que reaccione de manera negativa.
Nadie nos enseña a comunicarnos de padres a hijos y cuando se produce una disputa es complicado analizar la situación con una mente fría, por ello la mediación familiar busca crear un espacio propicio para la comunicación. A través del diálogo, los miembros de la familia podrán escucharse mutuamente y exponer las dificultades que se encuentran en la convivencia.