Todas las relaciones son frágiles y pueden acabar rompiéndose por motivos muy diferentes. A nivel familiar, una separación puede llegar a ser muy dolorosa porque se entremezclan muchas emociones y conflictos pasados y presentes. Y no solo afectan a las dos personas implicadas sino a toda la familia en general.

En estas situaciones en las que los cónyuges han llegado a la conclusión de que separarse es la mejor solución (muchas veces a la iniciativa de uno de los dos), la comunicación puede resultar muy complicada. El nivel de frustración, de enfado y de estrés es muy alto e impide ver la realidad de forma objetiva. Bajo este contexto, la mediación familiar puede ser una buena herramienta porque ayuda a poner claridad y favorece el consenso.

Por qué mediar en el proceso de separación

Hace unas semanas que hemos tomado la decisión de emprender caminos distintos, de separarnos. Pero tenemos una vida en común, que ahora se divide y que no sabemos cómo abordar porque no somos capaces de ponernos de acuerdo. No hay escucha y de repente parece que hablamos idiomas distintos.

Con un escenario así es muy difícil llegar al entendimiento por nuestros propios medios. En este sentido, la figura del mediador puede resultar útil porque como un tercero totalmente imparcial y objetivo, escuchará a cada una de las partes, analizará la información y pondrá sobre la mesa las herramientas necesarias para alcanzar acuerdos.

Es lógico que durante el proceso, la visceralidad de las emociones y los sentimientos afloren porque se trata de la ruptura de una relación afectiva. La mediación actuará como un cortafuegos que otorgue a los implicados la posibilidad de establecer acuerdos con total conocimiento y control, sin que terceras partes tengan que tomar decisiones por ellos. De esta forma, la confrontación se transformará en cooperación.

Cuando nos encontramos en una fase de separación y la comunicación comienza a fallar y a crecer la tensión, la mediación familiar nos puede ayudar porque favorece el diálogo desde la objetividad de la situación. Además, reduce el clima de estrés y ajusta los acuerdos a las necesidades reales, recuperando el diálogo y evitando enfrentamientos que pueden acabar dañando el tejido familiar de forma irreversible.