Cuando pensamos en mediación, es habitual que nos venga a la cabeza como algo relacionado con la vida laboral. Pero en realidad, tener la capacidad de mediar puede ayudarnos en muchos ámbitos en los que los conflictos interpersonales pueden aflorar. Por ejemplo, en la vida familiar, donde es habitual que, por convivencia, puedan aparecer algunas fricciones.

Si nos fijamos en nuestro día a día en la oficina, seguro que tenemos constancia de conflictos que han podido surgir por un mal entendido, por choques de personalidad entre compañeros o, incluso, por tener valores diferentes. Todos estos problemas se pueden resolver con cierta facilidad si se localizan de forma temprana y se hablan de manera abierta con las partes afectadas.

Si hemos estado involucrados en este tipo de procesos dentro de nuestro trabajo, seguro que hemos podido llegar a acuerdos que nos permitan seguir trabajando de forma cómoda y sin el estrés adicional que supone estar en la continua tensión que provoca el malestar de un conflicto. Tener la capacidad de entender a las dos partes y de tenderles un puente a través del cual puedan comunicarse, empatizar y exponer sus frustraciones es saber mediar y, es algo que podemos aplicar en muchos aspectos de nuestra vida.

 

Beneficios de la mediación que podemos integrar en nuestra vida personal
  • Hablar con las personas. La mediación nos enseña que hablar sobre eso que nos molesta con un compañero o con un jefe es primordial para que todo lo que tenemos que decir no se quede enquistado y, al final, genere un ambiente hostil. Una situación que puede ocurrir también en las relaciones de amistad, donde, por no incomodar a la otra persona, evitamos tratar temas que nos han generado malestar; provocando, con el tiempo, un estallido que se podría haber evitado.
  • Aprender a ser objetivos. La mediación pone el foco en encontrar soluciones, atendiendo solo a los datos que han provocado el conflicto y descartando las subjetividades. Esta estrategia permite acercar posturas y evitar crear más diferencias. Esto lo podemos aplicar también en nuestro entorno familiar. Por ejemplo, en una discusión entre hermanos.
  • Poner atención a la otra persona. En algunas ocasiones, sobre todo cuando el conflicto está avivado, nos cuesta prestar atención de verdad a la otra persona. Nos obcecamos en nuestra versión de los hechos y, en cuanto no estamos de acuerdo con una afirmación, interrumpimos al interlocutor sin dejarle terminar su exposición. En este punto, es el mediador quien se encarga de poner orden, fomentando la escucha y un espacio de diálogo en el que surja la empatía. En el futuro, este aspecto puede darnos autocontrol en momentos delicados, como una discusión con nuestra pareja.
  • Lograr ser asertivos. Dejar clara nuestra postura sin ofender al resto, requiere aprendizaje y entrenamiento porque encontramos dos polos. Aquellas personas que se callan las cosas para no “molestar” y aquellas otras que dicen todo sin pensar en los sentimientos del resto. Encontrar el equilibrio puede beneficiarnos en todos los ámbitos de nuestra vida porque siempre sabremos poner límites con seguridad en nosotros y desde el respeto.

La mediación es ese ojo que nos permite ver el conflicto desde fuera para poder analizarlo y encontrar soluciones. Por eso, su figura puede ayudarnos a incorporar pautas en nuestra conducta que nos ayuden a enfrentarnos a esas situaciones que nos generan malestar y que no sabemos muy bien de qué forma afrontar.